He estado muchos años sintiendo vergüenza de mí mismo al hacer la compra y, tras llegar a casa y colocarlo todo, encontrarme con un buen montón de bolsas y envases de plástico. Si estás leyendo esto es porque, seguramente, a ti también te remueve un poco la conciencia el uso indiscriminado del plástico que parece llevar aparejada una vida normal en el seno de cualquier familia normal.
Parece que todo está bien montado para que consumamos plástico, y no hace falta ser consumidores compulsivos, sino meros supervivientes en un entorno que nos viene dado: el envoltorio de los pañales de tu bebé, las bandejas del pescado y la carne, las bolsas del frutero para cada cosa que se pesa, la bolsita para el pan, la bolsa del paquete de garbanzos, el envoltorio de las galletas, las bolsas que te siguen dando en cualquier sitio que compres, etc.
La peor consecuencia de nuestro uso irracional del plástico, como todo el mundo sabe, es la contaminación de los océanos y mares, que a día de hoy alcanza niveles desproporcionados que comprometen la vida y la salud de gran parte de la fauna marina, y también del ser humano como último eslabón de la cadena alimentaria. No voy a enrollarme con esto, porque hay montones de documentales y de información disponible para cualquiera que quiera ponerse al día.
Si el ser humano ha puesto en jaque a los océanos tras un siglo y medio de actividad industrial en plan serio (que en el contexto de la evolución sólo de nuestra especie, es como una gota de lluvia en una nube en una borrasca) se hace evidente que revertir esta situación sería imposible sin un cambio global de nuestra forma de vivir, a todos los niveles.
Todos sabemos que hay montones de fechas límite propuestas para el control o el fin del uso del plástico no reutilizable en tal ámbito, o en tal otro. Todos sabemos que hay gente haciendo esfuerzos, e incluso organizaciones y empresas, pero nada de eso es suficiente. Pero mientras esa revolución se va cuajando, para muchos resulta complicado conformarse con tirar una bolsa llena de plásticos al contenedor amarillo cada 3 ó 4 días.
Personalmente, me considero un perdedor en este juego, y como he dicho al principio, siento vergüenza de ser parte activa de este «tinglao». He llegado a la conclusión de que el monstruo es demasiado grande para llegar siquiera a hacerle cosquillas en la piel, y como no lo veo posible sin convertirme a mí y a mi familia en unos bichos raros, nunca me he propuesto eliminar el plástico de mi vida. Lo que sí intento es evitar al menos algunos de los plásticos que creo se pueden evitar, asumiendo el esfuerzo que ello implique, inspirándome en la historia de gente verdaderamente admirable como Patri y Fer, de «Vivir sin Plástico».
Mi pequeña aportación después de muchos años pensando cómo reducir la cantidad de plástico en la compra (ciñéndome al ámbito de la alimentación), y diciéndome a mí mismo que no tenía opción de hacer las cosas de manera diferente a como venía haciéndolas, ha consistido en pequeños cambios en mi rutina que, después de echar cuentas, creo que merece la pena contarlos.
- Pasar de hacer una única compra en un hipermercado, a comprar todo lo posible en tiendas de barrio: el pescado en la pescadería, la carne en la carnicería, la fruta en la frutería, etc.; y en cada establecimiento, llevando mis bolsas reutilizables debajo del brazo. De esta forma, además de reducir la cantidad de plástico en mi compra, he conseguido una cesta de la compra de más calidad en la mayoría de los casos, y me he dado el gusto de contribuir al desarrollo de la economía local, que es como invertir en mi propio desarrollo, el de mis vecinos, de mi familia, amigos etc. Evidentemente, echo más tiempo de esta forma que antes, pero ya me he acostumbrado.
- Evitar todos los procesados en la medida de lo posible, y comprar más materias primas sin procesar si cabe, recurriendo a la cocina casera. Sé que no voy a poder hacerme mi propio kétchup, pero de vez en cuando, puedo evitar comprarlo, y cambiarlo por una salsa casera. Es sólo un ejemplo, al igual que las meriendas del cole para los niños. Lo más rápido y cómodo es darles algo que venga «ya hecho», pero no hay que complicarse demasiado la vida para darles un día una pieza de fruta, otro día un trozo de bizcocho casero que hayamos hecho, otro día un sándwich, otro día una empanadilla que sobró de la comida del día anterior, otro día un buen pedazo de queso envuelto en papel de aluminio, etc.
- Localizar una tienda que vende a granel, y cambiar la bolsa de plástico de las lentejas o los garbanzos, por una bolsa de papel con la cantidad que me interesa comprar de cada cosa. Y así, con todo lo posible: algunos dulces, el maíz de las palomitas, frutos secos, etc.
- En las pequeñas compras de diario, por supuesto, llevar siempre mi bolsa o mis bolsas reutilizables. Al hilo de esto, se me ocurrió hacer un pequeño cálculo que en su día publiqué en Twitter, y que reproduzco a continuación:

Las de arriba son las bolsas de plástico de mi frutero. Os sonarán. Antes las tiraba siempre al llegar a casa, pero hace un año decidí empezar a reutilizarlas. Compro fruta y verdura dos veces por semana, lo que viene a suponer el uso de entre 8 y 10 bolsas de éstas. A veces se rompen solas, pero haciendo un nudo flojo a mí me vienen durando entre 3 y 4 meses. Una vez que tuve los datos, eché cuentas y aluciné. 10 bolsas por semana son 520 bolsas al año, y 10.400 bolsas en 20 años. Con la pequeña molestia de reutilizar estas bolsas, gastaré «sólo» 30 al año, que serán unas 600 en 20 años, un 94% menos, aunque a mí me siguen pareciendo muchas.
Ojo, porque estoy hablando sólo de las bolsas de la fruta y la verdura. Imagina lo que tiene que ser hacerlo extensible a casi todo lo que compramos para comer.
Al fabricante de bolsas de plástico esto le tiene que parecer estupendo, pero a este ritmo, cuando en 20 años compremos 1 kg. de pescado, estaremos comprando el tamaño de 1 guisante en plástico, que formará parte de nuestra dieta. Ya lo hacemos así, en parte.
Algún día, el plástico de usar y tirar debería ser sustituido por ley por materiales biodegradables y de producción sostenible como la caña de azúcar, algas, y otros muchos (entiendo que no puede hacer uno sólo, o no sería viable). Hasta entonces, cuanto más nos impliquemos a nivel individual en reducir el consumo de plástico en nuestras compras y en nuestras vidas, menos plástico estaremos dando de comer a nuestros hijos y a nuestros nietos.